El desarrollo económico y la sociedad urbana
La actividad que distinguían al mundo urbano era fundamentalmente el trabajo artesanal y el comercio. La ciudad medieval era, ante todo, un gran taller y un mercado donde se transaban los productos artesanales y los alimentos que llegaban de los campos, traídos por los mismos productores o los mercaderes que los transportaban.
La actividad artesanal y el comercio en la ciudad
En la ciudad, gran parte de sus habitantes se dedicaban a diversos oficios que podían consistir en fabricar productos o prestar servicios. Los más usuales eran los del tejedor, sastre, curtidor, zapatero, herrero, carpintero, albañil y tonelero. Había además panaderos, carniceros, barberos, boticarios, etc. Los artesanos trabajaban en talleres situados en sus propias viviendas, uno de cuyos sectores se abría hacia la calle, como una tienda, para vender sus productos.
Entre las actividades artesanales, la fabricación de paños finos fue destacando por su creciente complejidad e importancia. Estas telas eran muy apreciadas por las clases más adineradas, incluso de otros continentes, y su elaboración incluía diversas etapas y requería de mayores espacios. Por ello, se hizo habitual en esta actividad una creciente división del trabajo, a diferencia de lo que ocurría con los demás artesanos que elaboran el producto completo en sus talleres.
Desde muy temprano, quienes ejercían un mismo oficio tendieron a agruparse para protegerse mutuamente, surgiendo corporaciones denominadas gremios. Las primeras asociaciones fueron formadas por comerciantes que organizaron para viajar en caravanas, de modo de minimizar los riesgos que existían en los caminos y enfrentar los pagos que debían hacer a los nobles por cuyas tierras pasaban. Los artesanos siguieron el ejemplo y así fueron surgiendo tantos gremios como oficios había en la ciudad.
Los gremios promovían la solidaridad y ayuda mutuamente entre sus miembros (reunían fondos, por ejemplo, para socorrer a quien estuviera en dificultades) y solían colocarse bajo la protección de un santo patrono, si bien su función principal era regular la actividad económica que los unía. Buscaban asegurar la buena calidad de los productos y evitar una competencia que pudiera perjudicar a los asociados.
Quien no perteneciera a un gremio no podía ejercer su oficio ni vender sus productos en la ciudad, prohibición que estuvo respaldada por las autoridades locales. Las reglas del gremio eran muy estrictas y había inspectores que vigilaban su cumplimiento. A través de la reglamentación:
-Se señalaba el número de trabajadores, utensilios y productos a elaborar n los talleres.
-Se fijaban los horarios de trabajo, el precio de los productos y el monto de los salarios.
-Se exigía trabajar a la vista del público y el uso de técnicas idénticas para todos.
-Se prohibía cualquier forma proporcionar un producto.
Había trabajadores de tres categorías:
-Maestros: tenían autorización para ejercer su oficio. Era dueños de los talleres y podían vender sus productos. Para acceder a esta categoría era necesario aprobar un examen frente a las autoridades del gremio y, en algunos casos, presentar una obra maestra que acreditara su competencia.
-Oficiales: ayudaban al maestro en su labor, por lo cual recibían una paga, pero no podía trabajar por su cuenta ni vender productos hasta alcanzar la maestría.
-Aprendices: vivían en la casa del maestro y se dedicaban a aprender el oficio, tanto tiempo como fuera necesario.
El comercio a larga distancia
La reactivación económica también se manifestó en el comercio a larga distancia, dentro y fuera de Europa. Las ciudades más florecientes fueron aquellas que lograron generar una industria importante o ser puntos estratégicos de las rutas comerciales, destacando regiones como Italia del norte, Alemania del norte, Flandes y Francia del noreste.
En el norte de Europa, la industria de paños finos de Flandes fue el gran motor de economía, sobre todo utilizar la lana inglesa, de excelente calidad. El comercio generado por esta industria dio auge a numerosas ciudades como Brujas, Gante, Ypres, Lille, Duai y Arrás, y activó aún más el comercio del mar del Norte y el Báltico, que llegó a estar controlado por las ciudades del norte de Alemania.
El mar Mediterráneo era el otro gran centro del comercio marítimo y estaba en su mayor parte controlado por mercaderes de las ciudades italianas. Sus principales productos de importación seguían siendo las especies, a las que se sumaban la seda, los tapices, azúcar y tintes, entre otros. El norte de Italia también se sumó a la industria de las telas finas.
Ambos ejes del comercio marítimo se unían por una serie de rutas terrestres y fluviales. En algunos de sus puntos estratégicos se desarrollaron las grandes ferias que dinamizaron aún más la economía medieval. Muchas de ellas dieron origen a ciudades y serían estas las encargadas de organizarlas y vigilarlas.
Las nuevas prácticas económicas
La reactivación del comercio hizo indispensable el uso de la moneda, cuya circulación fue aumentando cada vez más. La extremada variedad de monedas hizo necesaria la intervención de los cambistas, cada vez más presentes en las ciudades. Su actividad pronto se amplió a aceptar depósitos de dinero que ellos se encargaban de rentabilizar en préstamos e inversiones. Fue el origen de los banqueros, denominados así por el banco o pequeña mesa en que iniciaron sus negocios. Los bancos de principales ciudades europeas llegaron a estar conectados entre sí.
Otras prácticas económicas originadas en la actividad comercial fueron el uso de libros de contabilidad, la contratación de seguros para las mercancías en viaje, el préstamo a interés, la creación de la letra de cambio y la formación de contratos o sociedades en que las personas participaban de un negocio aportando capital, trabajo o ambas cosas a la vez, quedando estipulado en un contrato de la forma de repartir los beneficios.
La sociedad urbana y el gobierno municipal
Durante la segunda mitad de la Edad Media, la sociedad mantuvo una estructura estamental y su carácter rural. Era una minoría la que habitaba en las ciudades, si bien su población fue creciendo. Allí residían miembros de los estamentos privilegiados, como los obispos y parte del clero secular, así como algunos nobles abandonaran sus fríos castillos y se instalaron en los centros urbanos donde construyeron lujosos palacios. Pero la parte de la población urbana estaba constituida por el grupo de los burgueses, denominación que designaba a quienes vivían en la ciudad y no pertenecían a los estamentos privilegiados, como era el caso de los comerciantes y de los artesanos, entre otros.
Los burgueses se consideraron diferentes a los campesinos por su forma de vida y, sobre todo, por un sentimiento de mayor libertad al no estar ligados por lazos de dependencia personal con un señor feudal. Esta situación era resultado de una evolución que se dio con diversas modalidades en las diferentes regiones de Europa.
Las ciudades no habían escapado de la dinámica feudal, ya que al ubicarse en dominios de un señor (rey, noble, obispo o abad) le debían obligaciones. Pero hubo señores que se dieron cuenta, desde muy temprano, de la ventaja que significaba conceder a los burgueses las libertades económicas que demandaban y facilitar el comercio, pues podían beneficiarse con el cobro de algunos impuestos que gravaban el tráfico e intercambio de mercancías. Los burgueses negociaron como los señores en forma colectiva y para ello se asociaron formando la comuna (Comuna: asociación de los habitantes de una ciudad, establecida por juramento). Además la libertad económica, les interesaba obtener mayor autonomía para organizarse, resolver los problemas de la ciudad, segurar la paz y evitar los abusos de los señores que perjudicaban a los ciudadanos y a la actividad mercantil.
Hubo monarcas, así como señores laicos y eclesiásticos, que acogieron estas demandas y otorgaron cartas o fueros concediendo libertades y privilegios a una sociedad urbana, muchas veces, tras haber alcanzado un acuerdo económico. En algunos lugares, los señores se resistieron a las demandas de los burgueses, quienes debieron luchar para alcanzarlas.
El resultado fue que muchas ciudades se organizaron por medio de un gobierno municipal. Este contaba con una asamblea, la cual elegía representantes que formaban el Consejo o Consulado, máximo órgano ejecutivo de la ciudad. El número de concejales o cónsules variaba de un lugar a otro. El gobierno municipal debía preocuparse de las finanzas y del abastecimiento de la ciudad, de las inspección de las murallas, reparación de caminos, fundación de servicios de beneficencia, así como de sostener la milicia comunal. La justicia era administrada por un tribunal independiente.
A medida que la economía evolucionaba, se agudizaban las diferencias entre los burgueses en cuanto a la posesión de bienes. Esto influyó, entre otras cosas, en el gobierno de la ciudad.
Los grandes comerciantes, empresarios y banqueros habían amasado fortunas y vivían en enormes casas o palacios. Con el tiempo, este grupo adinerado se reservo para sí el título de burguesía que antes se aplicara a los habitantes de una ciudad. Su riqueza,a diferencia de la nobleza, no estaba ligada a la tierra, pero la alta posición alcanzada los hizo ser bien considerados por algunos nobles y, en conjunto, llegaron a dominar la vida de las ciudades, monopolizando los cargos políticos.
En un nivel medio estaban los artesanos y pequeños comerciantes, cuya participación política fue cada vez menor. En el más bajo, los empleados de los talleres, los criados de los ricos y quienes realizaban oficios menores.
Las ciudades del centro y norte de Italia fueron las que alcanzaron mayor autonomía. A partir del siglo XII extendieron su dominio sobre los territorios de los alrededores y se organizaron como repúblicas.
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